Nicaragua, julio 2010.- Desde que llegó a Nicaragua, Don Bosco nunca ha viajado solo.
En cada traslado lo acompaña una bulliciosa caravana de vehículos amigos.
Y los ingresos a las diferentes ciudades tienen el mismo marco: gentío apretujado, vivas, cohetes, música, aplausos, porras…Todo en una cacofonía jubilosa. Y rostros rebosantes de alegría irreprimible.
Las autoridades municipales de Masaya le otorgaron a Don Bosco una enorme llave con una extensa y formal acta, y le concedieron la Orden del Educador, creada para la ocasión.
Una ciudad pequeña con un corazón grande. Un colegio salesiano pequeño con una arraigada pertenencia a la población local.
En un tablado lateral se desplegó el folklore nacional y local. Numerosos grupos de niños y jóvenes bailaron con precisión y alegría, ostentando trajes típicos ricos en colores y elegancia.
La larguísima fila de personas que querían pasar de cerca para venerar al Santo obligó a que el paso por la urna fuera fugaz, y así todos tendrían la oportunidad de ser bendecidos. El retraso de un día obligó a recortar los programas, de modo que en Masaya Don Bosco estaría apenas unas horas.
Al mediodía Mons. Abelardo Mata, salesiano, presidió la eucaristía al aire libre en un ambiente de calor sofocante. Lo acompañaban sacerdotes diocesanos y salesianos.
Antes de entrar a Managua, Don Bosco había sido invitado a pasar brevemente por la Universidad Católica.
La última etapa del día fue el Centro Juvenil Don Bosco. Este es un inmenso espacio que alberga una obra salesiana, cuyo fuerte es la atención a la juventud pobre mediante un abanico de propuestas creativas: escuela profesional, oratorio salesiano y parroquia.
Varias horas antes de la llegada de la urna, la gente que la esperaba comenzó a crecer en número. El flujo humano era continuo. Miles de sillas cuidadosamente ordenadas esperaban a los amigos de Don Bosco, que en Managua son legión.
De repente comenzó a soplar una ominosa brisa apresuada. Nubes negras y gordas y bajas se veían venir atropellándose sobre la ciudad. – Don Bosco hará el milagro de que no llueva, decían voces vecinas. De repente se desató el aguacero torrencial. El milagro – increíble milagro – fue que la multitud no escapase rumbo a casa, sino que permaneciera impávida esperando a Don Bosco.
Y Don Bosco llegó bajo el aguacero tropical. La gente que lo acompañaba venía empapada de agua. Quienes lo esperaban se olvidaron del agua gruesa que caía. Y el desenfrenado griterío y los aplausos esta vez fueron calurosos de verdad.
Yo pensé: - Lástima que la lluvia echó todo a perder. Es que no conocía bien a los nicas. Un mar de paraguas se movía al ritmo de las canciones salesianas. La celebración eucarística, presidida por el arzobispo, Leopoldo Brenes, logró encender la multitud de corazones en cuerpos enfriados por el agua que chorreaba.
Hoy partirá Don Bosco hacia Honduras. De su paso por Nicaragua quedan unas constantes admirables. En primer lugar, cuántos amigos fieles tiene Don Bosco que ni una lluvia diluvial los acobarda. Luego, el espíritu festivo incontenible, que explosiona en bailes que son un deleite de gracia, ritmo y color.
Además, los incontables colaboradores, hombres y mujeres, niños y niñas, adolescentes y jóvenes. Eran numerosos, bien entrenados, altamente responsables, infatigables, o al menos muy fatigados, pero fieles.
La capacidad de respuesta a imprevistos (retraso de un día, lluvia torrencial): con rapidez e inteligencia reprogramaron los eventos como si nada hubiera pasado.
Estas muchedumbres impregnadas de salesianidad son, sin duda, una reserva moral en este país atrapado en graves problemas políticos y sociales.
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