Los guatemaltecos (o chapines) llevan en la sangre el arte de elaborar alfombras con aserrín fino combinado con colores llamativos y elaborados dibujos alusivos a temas religiosos.
La composición de una alfombra es una tarea colectiva, que puede ser el fruto de una familia, un barrio, una cofradía, un grupo de amigos o los alumnos de un grado.
Sobre todo en semana santa, en todos los poblados, grandes y pequeños, la mayoría de la población se entrega afanosa a construir estas obras de arte colectivo.
El trabajo exige largas horas, generalmente nocturnas. Es un arte fugaz, pues se crea como alfombra para el paso de una procesión. Los pies de los cargadores del santo disuelven en un instante lo que costó un laborioso ejercicio.
Pues bien, Don Bosco se merecía no una sino muchas alfombras chapinas. A lo largo de dos kilómetros, desde la Parroquia La Divina Providencia hasta el Colegio Don Bosco, amanecieron alfombras de todo tipo y color. Largas o cortas, anchas o delgadas, refinadas o sencillas. La luz del día hizo ver un gigantesco hormiguero humano volcado en dar los últimos detalles a sus alfombras. Mientras tanto, filas interminables de paseantes desfilaban admirando los trabajos logrados.
Don Bosco debía desfilar de la parroquia al colegio. Más de una docena de bandas musicales estudiantiles se habían dispuesto a lo largo de las alfombras y comenzaban a ejecutar sus piezas marciales. Los jóvenes músicos lucían uniformes elegantes que robaban las miradas envidiosas de los transeúntes.
Por ese largo trecho alfombrado desfiló Don Bosco como un héroe, bajo el constante estallido de cohetes de pólvora, el bullicio de las bandas musicales y las aclamaciones emocionadas del gentío congregado.
Y así entró al enorme patio del Colegio Don Bosco, donde los niños de primaria y sus padres habían alfombrado el paseo triunfal del Santo. La ovación que estalló a su entrada lo acompañó en la vuelta al patio hasta su entrada al espacioso templo, joya de arquitectura moderna. Otra ensordecedora ovación lo recibió en el templo.
A continuación, se celebró la eucaristía presidida por el cardenal Quezada, acompañado por los obispos salesianos Oscar Vian y Mario Fiandri. Eran numerosos los sacerdotes concelebrantes.
El templo, con ser enorme, no pudo recibir en su interior a todos los devotos de Don Bosco.
Quienes quedaron en el exterior pudieron asistir a la celebración a través de pantallas gigantes.
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