Queridísimos jóvenes,
Aquí estoy, fiel a nuestra cita con ocasión de la fiesta de Don Bosco, “padre de los jóvenes”. Nuestro encuentro de este año, que lamento sea sólo virtual, aunque no sea menos verdadero y auténtico, coincide con el comienzo del centenario de la muere de Don Rúa, primer sucesor de Don Bosco y, sin duda, su discípulo más fiel y mejor logrado.
De hecho, ésta es una de las motivaciones principales para la elección del tema del Aguinaldo ofrecido a toda la Familia Salesiana para este año 2010: “A imitación de don Rúa, como discípulos auténticos y apóstoles apasionados, llevemos el Evangelio a los jóvenes”.
Pues bien, quiero ser el primero en acoger el programa espiritual y pastoral del Aguinaldo y, a través de este mensaje, a modo de diálogo entre vosotros y yo, os ofrezco el Evangelio y deseo haceros ver a Jesús, para que también podáis llegar a ser sus discípulos, testigos y apóstoles.
Cuando me encuentro con vosotros, muchas veces percibo en vosotros un gran deseo de encontrar al Señor. Tal vez no logréis expresar este deseo con claridad, pero yo recojo de todas maneras vuestro anhelo más profundo, el que habita en vuestro corazón. Os tomo de la mano y os llevo hasta mi Maestro, mi Señor y mi Dios.
“¡Don Pascual, queremos ver a Jesús!”
Si lo deseáis de verdad, debéis tener pies resistentes y oídos atentos. Porque Jesús camina. ¡Y no se detiene jamás! Para encontrarle deberíais escuchar el canto de los granitos de arena levantados por sus pies. A su paso, todo se convierte en nuevo y su paso no conoce fin.
Siempre conserva una zancada de ventaja y su palabra es como Él, incesantemente en movimiento, sin límite en el acto de entregar todo, de dar a conocer todo sobre sí mismo. Han transcurrido 2.000 años, pero Él parece que acaba de pasar. La historia todavía crepita por su paso, como después de la explosión de una bomba. Y el mundo no es el de antes. Nadie ha hablado sobre Dios como este hombre, nadie nos ha amado como Él, nadie se ha entregado totalmente como Él hasta anonadarse. Nadie ha imperado como Él al viento y al mar, a los espíritus malvados que atormentan y destruyen en el hombre la parte mejor de su humanidad, nadie como Él ha vencido a la muerte y al pecado. Es distinto de todos los demás.
Por esto muchos le odian, como se odian los que no se han homologado al pensamiento corriente.
“Yo no tengo un puesto para dormir cuando cae la noche. No tengo un escondrijo, si alguno me busca. Las zorras tienen sus madrigueras, los pájaros su nido; Yo vivo sin protección entre peligros y amenazas. Quien aspire a abrirse camino siguiendo los métodos al uso, no encuentra en Mí lo que busca”.
Dice a aquellos con los que se encuentra: “¡Ha llegado la hora de cambiar!”.
“Dios está aquí en medio de vosotros y nadie puede detenerle ya”.
“Es Él a quien buscamos. Anda, llévale nuestra petición”.
No es necesario. Él sabe lo que queréis. En las orillas del lago, la gente le asedia y le pregunta: “¿Cuál es tu mensaje?”. Jesús mira a los pescadores que están echando las redes. Su respuesta es muy distinta de la que habríamos esperado. No lanza una arenga ni pronuncia una conferencia, sino que dice: “¡Venid! ¿Por qué continuáis pescando? ¡Mejor, salvad al que se ahoga, varones y mujeres, con el agua al cuello! ¡Tengo necesidad de vosotros! Quiero haceros pescadores de hombres”.
Y ellos dejan las redes, la barca, padres, mujeres e hijos. Se van con Él. “¿Queréis de verdad saber quién soy? Haced el camino conmigo y tendréis la respuesta”, dice Jesús. Se necesita coraje y andar contra corriente. Es incómodo dejar la perezosa quietud de los días siempre iguales e iniciar un nuevo camino.
Un día, un joven como vosotros viene a buscar a Jesús y le dice: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para ser como Dios me quiere? ¡Confíame el secreto de esta felicidad!”.
Jesús responde: “Conoces los mandamientos de Dios: No matar. No cometer adulterio. No robar. No jurar en falso. Honra a tu padre y a tu madre”.
“Maestro, replica el joven, todo esto lo he respetado con rigor desde mi más tierna infancia”. Jesús le mira con amor y le dice : «Sólo te falta una cosa para llegar a la meta: vuelve a casa, vende todos tus bienes y dona a los pobres lo recabado. Luego ven y sígueme”. Pero el joven se entristece y se marcha.
Seguir a Jesús no significa tomar “una” decisión. Significa tomar “la” decisión. Significa arriesgar todo jugando a una sola carta. Significa asumir como propia la decisión que ha tomado Él respecto a nosotros: “Os aseguro que no hay amor más grande que éste: dar la vida por los propios amigos”.
Y, para dejar todo más claro, todo más concreto, Jesús ofrece su explicación a través de dos parábolas: “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo; un hombre lo encuentra y lo esconde; después va, lleno de alegría, vende todos sus bienes y compra aquel campo. El Reino de los cielos es semejante también a un comerciante que va en busca de perlas preciosas; encontrada una perla de gran valor, vende todos sus bienes y la compra”.
Jesús nos impulsa hasta la paradoja: en otra parábola elogia a un administrador infiel y deshonesto, culpable de falsedad en acto público, estafa, apropiación indebida y corrupción. Sólo para poner de relieve que ese hombre se ingenia para garantizarse el futuro, es decir, es previsor. Es un deshonesto, pero con coherencia sigue una línea muy derecha: mira sin escrúpulos a su propio provecho.
Queridos jóvenes, amigos míos y de Don Bosco, no podéis vivir sin saber lo que verdaderamente cuenta, sin saber cuál es el sentido de la vida. Porque la vida es todo lo que tenéis.
La única carta segura sobre la que podéis apostar es precisamente Él, Jesús.
“Pero, don Pascual, el Reino de Dios no es para nosotros. Es una cosa demasiado alta y difícil”.
¡Si Jesús te quiere y te llama, puedes moverte! Puedes cambiar de dirección, iniciar un nuevo camino. Basta saberse, sentirse y quererse amado por Él. Basta cambiar tus costumbres, repensar tus convicciones. Así hicieron los primeros discípulos: llamados uno a uno por su nombre, se pusieron sin vacilación en camino directo hacia Él.
En la vida de cada hombre hay un día, una hora que deja un recuerdo inolvidable. Es el momento en el que sucede algo nuevo, es el momento en que una vida cambia totalmente. “Eran cerca de las cuatro de la arde”, recuerda Juan, cuando encontraron a Jesús.
La Escritura nos da muchos testimonios. Dios hace sus elecciones sin fijarse en censo, dotes o cualidades personales; más todavía, escoge paradójicamente a los más débiles, a los pobres, a los ignorantes del mundo. A veces llama de manera impetuosa, casi violenta: es el caso de Pablo, caído por tierra en el camino de Damasco. Muchas veces, por el contrario, lo hace de manera sencilla y persuasiva. Así fue la invitación dirigida a los dos discípulos de Juan Bautista.
Para llamar a un persona, la mayor parte de las veces Dios se vale de una mediación humana: el Bautista para Andrés y Juan; Andrés para su hermano Simón; Felipe para Natanael. ¡Así entonces ...! ¿Y ahora? ¡Hoy se sirve de mí para llamarte a ti! ¡Ven! ¡Te invito a conocerle!
Es verdad. No fue fácil para los discípulos captar la “lógica” de su Maestro, pero al final se dieron cuenta de que fuera de Él no habrían encontrado palabras capaces de dar luz y fuerza para alcanzar la plenitud de vida que Jesús les había indicado.
Y no sólo a ellos. Zaqueo, un publicano, es decir, un cobrador de impuestos, era un funcionario que exigía las tasas para los romanos. A los ojos de la gente, un “colaboracionista”, un traidor, despreciado y odiado por los “verdaderos” judíos. Precisamente este Zaqueo, traidor y deshonesto, se entera de que Jesús está entrando en Jericó. Ha oído hablar de este hombre. Dentro de sí siente una fuerte atracción: desearía conocer o, al menos, ver a Jesús. Deja la mesa de los impuestos y corre a donde se amontona la multitud en torno al Maestro. Hay demasiada gente y él, pequeño de estatura, incluso dando saltos, no consigue ver absolutamente nada. Entonces corre más adelante y se sube a un árbol. El rico, poderoso y ciertamente odiado Zaqueo, se encarama entre las ramas de un sicómoro. Su gran deseo le ha hecho perder toda dignidad y le ha convertido en hazmerreír a los ojos de la gente. Todos se ríen de él y también Jesús debió de sonreír, pero después, escrutando el fondo de su corazón, le dice: “Baja, Zaqueo, porque hoy debo quedarme en tu casa”. Zaqueo baja, corre a casa.
Las autoridades públicas de Jericó y los judíos bienpensantes están molestos, furiosos y heridos. Todos murmuran y dicen: “Ha ido a casa de un pecador”. Están asombrados y tienen la impresión de no entender nada. Es el mundo vuelto a revés: ¡el Mesías en cada de los pecadores!
Pero Jesús obra siempre de este modo. Descompone nuestro mundo egoísta e hipócrita, lo descoyunta y no le importa el orden establecido. Da la vuelta a los valores estables, para poner en su lugar un orden social totalmente nuevo.
Jesús está en casa de Zaqueo y no le dice que abandone a su mujer, que venda su casa, que distribuya sus bienes a los pobres y que Le siga. Le dice solamente: “Hoy me quedo en tu casa”.
Las llamadas de Jesús son de dos tipos. Dice al joven rico: “Ve, vende todo lo que tienes y sígueme. No llevarás bagaje, no te servirán, proveeré Yo de ti. Yo seré tu Bien”. A Zaqueo, en cambio: “Hoy debo quedarme contigo”. Esta última llamada no es más fácil que la primera. A Zaqueo, en efecto, le desbarajusta todo su modo de ser y de vivir.
Cuando Jesús dice que quiere vivir con nosotros y nosotros le recibimos en nuestra casa, entonces muchas cosas cambian dentro de nosotros y nuestro modo de vivir se revoluciona. Cuando acogemos a Jesús en nuestra vida, Él nos libera de todo cuanto no es Dios.
Cuenta una sola cosa: ¡Acogerle! Y para esto hay que estar siempre dispuestos y vigilantes: en el momento en que recibes su llamada, tienes la posibilidad de convertirte en una persona libre, capaz de disponer de ti mismo para poner tu vida a su servicio y al de los demás.
“Entonces, ¿crees de verdad que Dios tiene necesidad de nosotros?”
En primer lugar, Jesús quiso tener a hombres en torno a Él: doce amigos, una comunidad, un pueblo. Después hace más: se presenta a Sí mismo y a la Iglesia como una vid: “Yo soy la verdadera vid. Permaneced unidos a Mí, y Yo estaré unido a vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no permanece unido a la vid, tampoco vosotros podéis dar fruto si no permanecéis unidos a Mí. Yo soy la vid. Vosotros sois los sarmientos. Si uno permanece unido a Mí y Yo a él, produce mucho fruto; sin Mí no podéis hacer nada”.
En sus amigos circula su misma sangre. “Yo soy vosotros y vosotros sois Yo”, afirma. “Y éste es el signo para reconocerme: se llama Eucaristía. Somos el mismo cuerpo. En nosotros circula la misma sangre. Vosotros sois ahora mis manos, mis pies y mi corazón”.
Después de haberle crucificado, sus enemigos pensaban: ¡Lo hemos eliminado! De una vez por siempre, hemos colocado una piedra sobre Jesús de Nazaret. Pero no se puede impedir al sol que salga. No se puede impedir que sea Vida a Aquel que puede vencer a la muerte. No se puede impedir participar en la Vida de Aquel que es la fuente de la Vida. Nada hay más vivo que Dios. Y en aquella última noche, en la Eucaristía, Jesús dice: “¡Ahora sois Yo”. ¡Jesús está vivo en nosotros!
Queridos jóvenes, podéis ser genios, organizadores, inventores, gente famosa, varones y mujeres de éxito... Pero todo esto no es nada ante la posibilidad de ser un instrumento en las manos de Dios.
No podéis tener una vida estéril, que cada día marchita un poco más la vida. Por el contrario, podéis estar repletos de fruto. Es una responsabilidad vuestra. “Mi Padre es el agricultor”, explica Jesús. “Toda rama que no esté en Mí y no dé fruto, Él la corta y la arroja fuera, y las ramas que dan fruto las libera de todo lo que impide dar frutos más abundantes. Vosotros estáis ya liberados gracias a la Palabra que os he anunciado”.
Podéis ser la boca a través de la cual Dios continúa hablando a los seres humanos, instrumentos para anunciar la verdadera libertad. Podéis ser los ojos que saben ver en la oscuridad del mundo, para indicar después a los demás la presencia de Dios y su Reino. Podéis ser los oídos que, en medio de los ruidos y de las músicas de los iPod, consiguen oír lo que ya parece no audible: la voz del que llora, del que implora ayuda, del que invoca respeto y dignidad y del que pide justicia y pan. Podéis ser las manos y los pies para ir al encuentro de las personas y levantarlas y sostenerlas en pie en el nombre de Jesús. Y descubriréis que habéis recibido mucho más de cuanto hayáis sido capaces de dar.
Éste es secreto de la felicidad. “La felicidad está en otra parte, en la parte que no pensáis”, dice Jesús. “La felicidad se construye sólo con Dios”.
Lo había anunciado ya una joven hebrea en Nazaret, su madre, antes de que Él naciese: “Cantaré mi canción más bella en honor de Dios, porque Él es poderoso. Ha hecho en mí grandes cosas. Su nombre es santo. Su misericordia dura por siempre con todos aquellos que le sirven. Ha dado prueba de su poder, ha destruido a los soberbios y sus proyectos. Ha derribado del trono a los poderosos, ha levantado de la tierra a los oprimidos. Ha colmado de bienes a los pobres, ha despedido a los ricos con las manos vacías”.
Dios está de parte de los derrotados, de los pobres, de los atormentados, de los puros y de los pacíficos. “Los pobres son felices, alegres, bienaventurados, en paz, en armonía consigo mismos, con el mundo y con Dios, porque tienen las manos y el corazón puro, que no conoce el egoísmo, que no gira en torno a sí mismo, sino que mira a Dios. Bienaventurados los que construyen la paz y luchan por la justicia”.
“Vosotros sois la sal de la tierra y, por tanto, podéis impedir que este mundo se corrompa. Debéis ser antorchas encendidas, porque todavía hay demasiada oscuridad en este mundo No os he pedido simplemente que llevéis una luz. ¡Vosotros debéis ser la luz! Debéis ser fuego y, para dar luz, debéis consumaros vosotros mismos, como el tronco que arde”.
Seréis bienaventurados si os decidís a caminar con Jesús, si aceptáis el riesgo de transformar en luz vuestros sueños; pero, sobre todo, seréis felices si permanecéis en Él y no simplemente con Él. Libres para producir frutos, es decir, las obras visibles de un amor concreto, hecho de verdad, de entrega, de sacrificio total de la vida, si fuera necesario.
En la última noche, Jesús se levantó, se quitó al manto y se ciñó un delantal a los lomos. Después echó agua en una jofaina y se puso a lavar los pies a sus discípulos y a secarlos con su delantal. Así hacían los esclavos. Inmediatamente después dijo: “Lo que he hecho Yo, hacedlo también vosotros, los unos a los otros”.
Formad un pueblo de personas que se aman, para que, viéndoos a vosotros, comiencen a creer en Dios.
Somos un nuevo pueblo. Somos la Familia de Dios, somos la verdadera vid que el Padre cuida con amor. Recibimos la linfa del Espíritu de Jesús y somos los sarmientos que dan fruto... Nos llamamos Benito de Nursia, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Francisco de Sales, Don Bosco, Madre Mazzarello, Don Rua, Domingo Savio, Laura Vicuña, Monseñor Versiglia, Calixto Caravario, José Calasanz, José Kowalski, Zeferino Namuncurá, Jóvenes Mártires del Oratorio de Poznan, Piergiorgio Frassati, Madre Teresa de Calcuta, Damián de Veuster, José Quadrio, Nino Baglieri... Nosotros... Somos muchos. Una Familia que cada día acoge la Palabra. Una vid que cada día ofrece los frutos del Espíritu.
Por tanto, caminad con la cabeza erguida. Tenéis vuestra vida en vuestras manos. Tenéis plena conciencia de vosotros mismos. Permaneced en pie, aunque estéis solos, aunque sea frente a una multitud. Podéis inclinaros sólo ante Dios y para levantar a los que han caído. Amad a Dios con todo el corazón y a las personas que viven a vuestro lado, como a vosotros mismos.
Jesús concluyó su Sermón de la Montaña con estas palabras: “El que pone en práctica lo que os digo es una persona previsora que había construido su casa sobre una roca. Y cuando llegó el nublado y los ríos se desbordaron y la tempestad se abatió sobre la casa, ésta quedó intacta, porque sus cimientos habían sido excavados en la roca.
En cambio, el que escucha mis palabras y no las pone en práctica es tan necio como quien había construido su propia casa sobre la arena. Y cuando vino la lluvia y los ríos se salieron de cauce y la tempestad descargó sobre la casa, ésta se rompió y quedó hecha añicos”.
Tened cuidado de vosotros mismos: construid vuestra casa sobre la roca o seréis triturados.
“Don Pascual, ¿Jesús pretende todo esto de nosotros?”
Servir al Señor es muy sencillo. Dios no es un tirano. Dios habla con vosotros como un padre y un amigo.
“No sois vosotros los que Me habéis elegido como amigo, sino que he sido Yo el que os ha elegido a vosotros y os he convertido en mis amigos. Así, vuestro trabajo crecerá y producirá frutos que durarán toda la eternidad. Si seguís el camino que os muestro, dice Jesús, experimentaréis cómo es bonito pertenecer a Dios y cómo no es pesada la carga que la fe os pide que llevéis”.
Debéis tomar aliento, levantaros, debéis sentiros personas libres. Mi mensaje es una invitación a una fiesta. El futuro es una mesa llena de alegría entre amigos, y Dios celebrará fiesta con nosotros.
Jesús dice que su palabra está sembrada dentro de vosotros, como en un campo; pero el corazón humano es terreno difícil y complicado, lleno de durezas y sofocado por la maleza espinosa.
A pesar de todo, vosotros sois el campo. Si comenzáis a escuchar la Palabra, podréis encontrar algo precioso.
Antes de nada, podréis encontraros a vosotros mismos. Y encontraréis a Dios dentro de vosotros. “No debéis tener miedo, pero no podéis hacer nada sin Él. Y Él tiene necesidad de vosotros”.
Él nos conoce muy bien, exactamente como somos. Conoce el singular mundo de tinieblas y de luz que está dentro de nosotros; conoce mejor que nosotros la misteriosa mezcla que somos.
Sabe de qué somos capaces. Los otros pueden quedar defraudados, porque se han forjado sueños sobre nosotros y nos proyectan en su ideal. En cambio, Dios no queda jamás defraudado. ¡Porque aquél a quien Él ama soy yo, como soy hoy...!
Dios no vive en el futuro ni vive en el pasado, sino en el presente. Él es el presente y me ve en mi realidad presente.
También los amigos de Jesús pensaban que era necesario ser grandes y poderosos para realizar el Reino de Dios; pero Él dijo: “Para ser útiles a Dios debéis ser pequeños, como un niño”.
Un niño es un ser que todavía tiene ante sí su propio futuro. Un niño está hecho de sueños y de confianza.
Caminad derechos, con la cabeza erguida. Tenéis un futuro ante vosotros y merece la pena ir a su encuentro. Los niños son débiles: lo que más les falta es sobre todo la fuerza. Pero tienen confianza. Y cuando todo marcha bien, saben que son amados.
Y tienen delante de sí el futuro. Vosotros tenéis una palabra que decir en vuestra vida y con vuestra vida. Una palabra de consuelo, una palabra liberadora, una palabra de esperanza, abierta al futuro. Tened el valor de pronunciarla. Tened el valor de ser lo que sois y debéis serlo íntegramente: personas autenticas, libres, que tienen una vocación.
¡No tengáis miedo! Caminemos con valentía hacia la otra orilla.
Este océano de peligros y de amenazas es realmente muy grande y nuestra barca es pequeña y frágil. Pero en nuestra barca llevamos a Jesús, el Hijo de Dios. ¿Quién puede darnos miedo?
Queridos jóvenes, os quiero de verdad y he acogido vuestra petición de haceros ver a Jesús. Os lo he hecho ver y os llevado a Él. Deseo que ahora podáis confesar como los discípulos del Bautista: “Hemos encontrado al Cristo”, y que os preocupéis de trabajar para conducir a otros hasta Jesús.
Para concluir, os dejo con la oración del Cardenal Newman. Hacedla vuestra y convertidla en programa de vida.
EN TUS MANOS
Señor, me pongo en tus manos enteramente.
Tú me has creado para Ti.
No quiero pensar más en mí,
sino sólo seguirte.
¿Qué quieres que haga?
Permíteme hacer el camino contigo,
acompañarte siempre,
en la alegría y en el dolor.
Te entrego deseos, placeres,
debilidades, proyectos, pensamientos
que me entretienen lejos de Ti
y me repliegan continuamente sobre mí.
¡Haz de mí lo que quieras!
No discuto sobre el precio.
No trato de saber con anticipación
tus designios sobre mí.
Quiero lo que Tú quieras para mí.
No digo: “Te seguiré donde vayas”,
porque soy débil.
Pero me entrego a Ti
para que seas Tú quien me conduce.
Quiero seguirte en la oscuridad,
sólo Te pido la fuerza necesaria.
Oh, Señor, haz que yo lleve todo ante Ti,
y que busque lo que Te agrada
en cualquier decisión mía
y tu bendición sobre todas mis acciones.
Como un reloj de sol no indica la hora
si no es con el sol,
así quiero yo ser orientado por Ti:
Tú quieres guiarme y servirte de mí.
Así sea, Señor Jesús. (Cardenal J.H. Newman)
Con afecto y gran estima.
D. Pascual Chávez Villanueva, SDB
Rector Mayor
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