martes, 31 de marzo de 2009

La santidad de Don Bosco recordando el 1° de abril de 1934

2_13_3748_ Queridos hermanos,

estamos viviendo el año jubilar por el 150° aniversario de fundación de nuestra Sociedad Salesiana. Son numerosas las iniciativas que se están llevando a cabo en las diversas inspectorías, y un vivo interés histórico sobre los inicios de nuestra familia carismática se está difundiendo por todas partes.

Todo ello hace crecer en nosotros una mayor conciencia de nuestra vocación consagrada salesiana y favorece una madurez carismática que puede dar como aporte una profunda renovación de nuestra vida y misión. Con sentido de humilde gratitud sentimos necesidad de alabar al Señor por el grande don que hemos recibido.

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Al centro de lo que estamos viviendo en este “Año Santo” de la Congregación está la fascinación  por la figura de Don Bosco, que, aún hoy, renueva en nosotros el entusiasmo, atrae el corazón hacia una donación cada vez más plena y refuerza la pasión por la misión juvenil. En estos días el recuerdo de su canonización, acaecida el día de Pascua de hace setenta y cinco años por obra de Pío XI, el 1° de abril de 1934, nos ayuda a comprender que es justo su santidad la que nos conquista. Nuestra admiración por Don Bosco crece a causa de su santidad y es ella la que nos invita a la invocación e imitación de nuestro Fundador.

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1. En mi primer carta a inicios del sexenio pasado, con las mismas palabras del siervo de Dios Juan Pablo II, os escribía así: “Queridos salesianos, sed santos!”. Invitaba de esta manera a hacer de la santidad nuestro programa de vida espiritual y de acción pastoral. Al inicio de este nuevo sexenio, el año de gracia que estamos viviendo nos propone una vez más el compromiso de santidad como el camino principal para “ser una hermosa réplica de la Congregación”, como proféticamente declaraba el mismo Don Bosco.

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La santidad es la belleza de nuestra vida, de nuestras comunidades, de nuestra Congregación. La santidad, que se expresa en el seguimiento radical del Señor Jesús obediente, pobre y casto, representa la fascinación de la vida consagrada. La santidad, vivida como donación total de sí mismo a Dios por los jóvenes pobres, es la fuerza que procede de un testimonio veraz, capaz de suscitar y atraer vocaciones. He aquí el porqué la santidad, junto a su arte y su liturgia, constituye la belleza de la Iglesia. Con razón se puede afirmar por lo tanto: “¡Solo la belleza salvará el mundo!”.

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2. La santidad de Don Bosco es la garantía de que su propuesta de vida, su escuela de espiritualidad y su modelo de acción apostólica, constituyen un auténtico camino evangélico que conduce a la plenitud del amor. Siguiendo la vía instaurada por Don Bosco de seguimiento de Cristo, tenemos la certeza de realizar una vida plenamente evangélica, donada totalmente sin condiciones, sin reservas, sin medida. En la escuela de Don Bosco aprendemos también nosotros a ser santos.

3. La multiplicidad y variedad de las formas de santidad, florecidas durante estos 150 años en la Congregación, entre jóvenes alumnos, en la Familia Salesiana, son un signo de la santidad de nuestro Fundador. “La santidad de los hijos es prueba de la santidad del padre”, escribía el beato Miguel Rua a los directores salesianos, al enviarles el testamento espiritual de Don Bosco, pocos días después de su muerte. La primer generación salesiana no tenía duda alguna sobre la santidad de propio “padre e maestro”, aún cuando no podía proclamarla antes de que la Iglesia la reconociera solemnemente.

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Mientras tanto, la santidad que, en sus inicios, la Congregación lograba vivir en el servicio de los jóvenes, aplicando el método extraordinariamente sencillo pero igualmente eficaz utilizado por Don Bosco, habría sido el argumento más válido a favor de la santidad del Fundador. Así, la santidad de los hijos y de las hijas fue creciendo con el tiempo: siguiendo al padre, un gran número de discípulos hizo propia aquella forma simpática de santidad casi “casera”, que es “santidad del trabajo y del patio”.

4. Son tantas las figuras de santos y santas salesianos que se han inspirado en Don Bosco. A nosotros se nos propone el mismo camino: si queremos llegar a ser santos, debemos mirarle a él. Somos herederos de un santo. La santidad es la más grande herencia que él nos ha dejado. Don Bosco nos ha legado una santidad original, hecha de sencillez y simpatía. Una santidad que nos hace amables, buenos, sencillos, asequibles. Es esta la santidad a la que estamos llamados, capaz de atraer a la juventud. Este ha sido el regalo de Don Bosco a la juventud y es este el mejor don que también nosotros podemos hacer a los jóvenes de hoy. Recordémoslo, queridos hermanos: ¡la juventud pobre tiene derecho a nuestra santidad!

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Parafraseando a Don Bosco, podemos decir que es fascinante ser santos, pues la santidad es luminosidad, tensión espiritual, esplendor, luz, dicha interior, equilibrio, limpidez, amor llevado hasta el extremo. Y también la Iglesia, a través del Vaticano II nos recuerda que “todos en la Iglesia están llamados a la santidad” (LG 39). Ello es una prioridad del nuevo milenio: “Sería contradictorio contentarnos con una vida mediocre, vivida bajo el signo de una ética minimalista y de una religiosidad superficial… Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la vida cristiana ordinaria” (NMI 31).

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La santidad no debe intimidarnos, casi como si nos pidiera vivir un heroísmo imposible, reservado a pocos privilegiados. La santidad no es obra nuestra, sino que es participación gratuita de la santidad de Dios, por lo tanto es una gracia. Es un don, más que fruto de nuestro esfuerzo. Toda la persona es introducida en la esfera misteriosa de la pureza, de la bondad, de la gratuidad, de la misericordia, del amor del Señor Jesús. Es entrega total de nosotros, en la fe, en la esperanza y en el amor a Dios; una entrega que se actúa día con día, con serenidad, paciencia, gratuidad, aceptando las pruebas y las dichas cotidianas, con la certeza de que todo tiene sentido ante Dios.

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La santidad de Don Bosco refulge con esplendor, con esperanza y con la dicha de la Pascua. El júbilo del día de Pascua del 1° de abril de 1934, vivido en la Plaza de San Pedro el día de la canonización, coloca la santidad de Don Bosco en una luz pascual. Ante la inminencia de la Pascua de este año de gracia 2009 invito a todos a vivir, con gozo y renovado compromiso, este camino de santidad como novedad de vida.

Cordialmente en el Señor

Roma, 1º de abril de 2009

Don Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor

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